VUELO

La había visto caminar, cadenciosa, por Condell. Recuerda la primera vez. Empinada sobre unas sandalias verde amarillas, que delineaban la pierna hasta la rodilla, e inmediatamente se vio hurgando como un ratero sediento los nichos húmedos de la hembra. Queriendo atraparla en su retina, ya que no podía en sus sábanas, la siguió hasta la Plaza Aníbal Pinto, deleitándose con el escote que le bajaba por la espalda hasta terminar en las caderas, que de buena gana, hubiera jalado y domado.
Esa noche despertó empapado, sin imaginar, que estaba cautivo de la euritmia, que brotaba de la mujer al desplazarse o más bien levitar por entre los mortales de Valparaíso, que no dejaban de mirar, o chocar, mientras, ella aromatizaba el aire con esencias de avellana.
Durante semanas, al mediodía, se paseo desde el Turri a la plaza Aníbal Pinto, oliendo el aire como un lobo perdido, que desea recuperar sus atávicos nichos. Al mes, abandonó trabajo y amigos, para sentarse durante todo el día a vigilar el paso de la mujer, a la cual nunca volvió a ver, hasta el día aquel, en que luego de un intenso ruido al cual lo siguió un dolor indefinible, vio Valparaíso desde el aire y a la mujer tras el parabrisas del auto que acababa de matarlo.

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