ANGUSTIA.

Se levantó con una gran angustia. Todo el día no hizo más que pensar en la cita de la tarde. Los segundos del día los contó uno a uno, deseaba que llegara luego el momento, pero, a la vez, le hubiera gustado que ese día no hubiera existido.
Hace un año que no lo veía. Tiempo que había parecido una eternidad. La última vez había sido terrible, el dolor que se le asomó entre la espina y la médula no lo quería volver a sentir. Había evitado de todas las formas posibles el encuentro. Pero el último tiempo iba adquiriendo carácter de urgente. Podía no ir, pero sentía que debía enfrentarlo. A la hora de almuerzo, estaba decidida a cancelar la cita. Y después de éste, la angustia se le hizo tan fuerte, como un torniquete que apretaba cada una de las fibras de sus intestinos. Tuvo que marcharse a su casa. Camino a ésta decidió que había que enfrentarlo. Sin embargo, al llegar, se metió en la cama y con la misma convicción resolvió no ir. A las seis y media se dio una ducha, tenía media hora para arreglarse. Mientras maquillaba arábicamente su ojo, con un lápiz dorado, se asombro de la belleza de su rostro, y pensó que no tenía nada que temer. La vida le pertenecía. A la siete y media tomó la cartera, y a pesar, de su firme decisión las piernas le temblaron. El mismo temblor, se repitió al apretar el timbre de la oficina del dentista.

2 comentarios:

Lorena Machuca W. dijo...

jajajajaja
qué buena, me sentí identificada por lo indecisa, aunque no llego a ese extremo cuando se trata del dentista.
Saludos!

Cecilia Salazar Díaz dijo...

Gracias